Con la intención de llevar un registro y compartir nuestras aventuras, intentaremos llevar al día la totalidad (o al menos la mayoría) las sesiones de rol que llevemos a cabo en la asociación. Esta entrada da comienzo a nuestras aventuras en Ferelden con el sistema Age. Empezamos con el módulo "El rescate de un Arl" que se encuentra en el Kit de inicio de Dragon Age, que podéis descargar en la página de Edge, así que tienes pensado jugarlo, te advertimos que está cargadito de Spoilers.
El agua de lluvia golpeaba sin cesar las desgastadas piedras que formaban la fortaleza de Stenhold. El maltrecho tejado cubierto de paja mostraba grietas y fisuras que dejaban pasar el agua al interior. El patio de armas, embarrado, alojaba una pequeña parte de los usuales soldados en su entrenamiento diario, además de 3 extraños que esperaban, empapados, al ama de llaves, Alenka. Pocos minutos pasaron hasta que una figura en túnica se acercó al lugar donde los tres extraños aguardaban. Sobre la túnica de color grisáseo colgaba el emblema del círculo, lo que hacía presuponer que bajo la túnica se encontraba un mago del círculo. Una voz femenina, delicada a la vez que firme, se presentó como Alenka, y pidió a los tres hombres que la acompañaran.
Antes de pasar el portón de entrada la hechicera se quitó la túnica, dejando caer en el movimiento un objeto circular dorado que fue a caer a un círculo. Wallace, un mago recién graduado en la Torre del Círculo se percató del hecho, pero antes de poder decir o hacer nada fue testigo de como Xavier, un orlesiano que se vió obligado a abandonar su tierra natal y recorrer la campiña de Ferelden, tomaba la moneda y la ocultaba entre sus ropajes. El último de los extraños, Davies, mercenario que ofrece su espada a aquellos que la necesiten y puedan pagar, fue el primero en cruzar el portón, indiferente a los que les acompañaban.
El interior de la fortaleza mostraba lo que ya era obvio desde el exterior, Stentenhold había visto tiempos mejores. Unos elfos se afanaban por mantener limpias las desgastadas losas del suelo. Ninguno se atrevió a levantar la vista a aquellos que con sus embarradas botas hechaban a perder el trabajo de toda la mañana. Aquella que dijo llamarse Alenka recorrió varios pasillos, hasta llegar a una gran sala donde varios elfos ayudaban a colocarse la armadura al Arl de estas tierras, Voycheck Neruda. El hombre, fornido y de corta estatura, hizo un gesto de dolor cuando uno de los elfos trilló su carne al colocarle las grebas, segundos antes de golpear al infeliz que fue a parar a los pies de los recién llegados.
- ¡Malditos orejas picudas! No valen para nada. - El Arl pareció ver en ese momento que había alguien más en la sala. Tras un vistazo rápido se dirigió a los recién llegados. - Vosotros debéis ser los hombres que Alenka ha conseguido para traer a mis hijos. El trabajo es sencillo, un día de camino hasta el lugar de encuentro y custodiar a los niños hasta aquí. Os pagaré 50 monedas de plata a cada uno. ¿Alguna pregunta?
Tras un breve intercambio de palabras, en los que se trató el tema del dinero sin resultados, los tres hombres aceptaron el trabajo, cada uno con sus propios motivos. Al parecer el Arl no mandaba a sus propios hombres porque tenía problemas en sus tierras, colindantes con la espesura de Korkari, con una posible invasión de engendros tenebrosos. El mago delató al orlesiano, contando lo que había visto de la moneda, sin el resultado esperado. El arl, despreocupado, afirmó que ese era problema suyo y de Alenka, que lo resolvieran en el camino y se largaran. Alenka, por su parte evadió el tema con discreción y cierta indiferencia. Sanjado el tema, de momento, los cuatro abandonaron la sala y la fortaleza, debían partir ya si querían aprovechar las horas de luz para caminar. Al salir, una figura encapuchada les cortó el paso. Una mujer de ropas elegantes se disculpó por quien aseguró era su marido, y entregó una moneda a Davies suplicando que trajeran a salvo a sus hijos. Después desapareció apresurada.
Las tres primeras horas de camino transcurrieron con tranquilidad. Recorrieron parte del camino al amparo de un bosque y la lluvia había cesado. Alenka estaba informando que tras un puente había una zona donde podrían descansar y comer algo antes de continuar, cuando al salir del amparo del bosque se encontraron con que dicho puente había desaparecido. Al acercarse al borde encontraron que las cuerdas habían sido cortadas, y antes de poder pensar en que había ocurrido, varios engendros salieron del bosque emboscándolos.
Fue un duro combate. Cinco Genlocks armados con hachas y escudos arremetían con fuerza, con la aparente intención de arrojarlos al vacío. Los héroes aunaron fuerzas y acabaron con aquel que parecía ser su líder, por su parte, las criaturas consiguieron hostigar a Davies hasta que lo vieron caer al fondo del barranco. Satisfechos se dieron la vuelta y rodearon al resto del grupo. Xavier, el pícaro orlesiano, quedó inconsciente tras ser golpeado por el escudo de uno de los engendros, y ambos magos habían agotado casi toda su esencia. Para su sorpresa vieron como detras de sus enemigos Davies, quien había conseguido agarrarse a una rama evitando su caída y una posible muerte, se incorporaba, recuperaba su espada y cercenaba la cabeza de una de las criaturas.
Al final los héroes descansaban rodeados de los cuerpos de sus adversarios. Wallace, quien había aprendido en la Torre del Círculo el arte de la sanación, practico primeros auxilios a Xavier, quien se recuperó sin secuelas aparentes. Tras el leve respiro vieron que seguían ante el problema de cruzar el barranco. Lo solucionaron mediante un arbol que por fortuna fue lo suficiente grande. Davies, quien había tenido la idea, fue el primero en cruzar, y a punto estuvo de caer, por segunda vez, al vacío. Pudo encaramarse en el último segundo al tronco, y cruzar con dificultad al otro extremo. Tras lanzar una cuerda a modo de barndilla y sujetar el tronco desde ambos lados, el resto cruzó con mayor facilidad.
El grupo se detuvo finalmente en donde Alenka aseguraba sería un buen sitio para descansar y comer. Se repartieron las tareas de recoger leña, buscar comida y hacer fuego. Alenka y Xavier compartieron la tarea de buscar ramas secas para la hoguera. El orlesiano disimuló su inquietud, hasta que Alenka sacó el tema que temía, la moneda. Para su sorpresa la maga no solo afirmó que podía quedársela, sino que le aseguró que podrían conseguir bastantes más. Xavier escuchó interesado el plan, que consistía en fingir que unos bandidos habían raptado a los niños sin que ellos pudieran hacer nada, pidiendo un pago que se repartirían. Sin dar una respuesta se mostró interesado, a esperas de como sucederían los hechos.
Tras comer el grupo continuó el viaje. Esperanzada por contar con un aliado, Alenka contó el plan de improvisto, cogiendo desprevenidos al guerrero, quien se mostró conforme con la idea, y el mago, quien más reacio pensaba en las innumerables cosas que podían salir mal. Alenka intentó calmar las dudas con promesas de que el Arl estaría demasiado preocupado con la supuesta invasión de engendros en sus tierras, y que su esposa le instaría a pagar. Si algún día descubría el plan, para entonces ellos estarían lejos, con los bolsillos llenos.
Cuando estaban cerca del lugar de encuentro, fueron atacados por una criatura voladora que resultó ser un búho corrompido. Sediento de sangre no cesó en su ataque hasta que Davies cercenó su cabeza, impregnándose de la negra sangre corrupta.
Al llegar al punto acordado, se aliviaron al ver el humo de alguna pequeña fogata. Sus esperanzas se desvanecieron cuando encontraron cuerpos sin vida en lugar de los aliados que esperaban ver. Junto a un carromato volcado yacían los cuerpos de varios soldados fereldanos y varios engendros, así como lobos corruptos. Tras un rápido registro del campamento y rastreo de huellas, encontraron las huellas de tres personas que salieron corriendo de la matanza. Dos pares de huellas parecían pertenecer a niños.
Las huellas atravesaban un bosque y ascendía colina arriba. Cuando llegaron a la cima el bosque había dado paso a una llanura, y a unos 50 metros vieron unas pequeñas ruinas con movimiento en su interior. Alenka les aseguró que era Ser Blaker Corbin, que parecía aguantar solo, rodeado de más cuerpos de aquellas criaturas. Más abajo varios engendros subían la colina, eran demasiados, Blaker no aguantaría solo. El grupo se apresuró y consiguieron llegar a tiempo. Davies vio una sombra tras las ruinas, al comprobarlo encontró dos lobos corruptos que intentaban una emboscada. Cuando acabó con las dos bestias, con cierta ayuda muy útil de Wallace, se adentró en las ruinas por la parte trasera. Allí encontró a un niño de unos 12 años y una niña que no debía tener más de 7 u 8. Al verlo, la niña se asustó, cerró los ojos con fuerza y a su alrededor se produjo un estallido mágico que apunto estuvo de derribar al fuerte guerrero. Sin darle demasiada importancia, por ahora, Davies calmó a la niña y acudió en ayuda de sus aliados.
El combate fue rápido y duro, pero tan solo fue letal para los engendros y sus "mascotas". El último de ellos huyó hacia la espesura. Aunque Alenka quedó fuera de combate, Wallace la atendió y vio que tan solo había sufrido un fuerte golpe en la cabeza. Xavier ni si quiera recibió heridas, pues tan solo había usado su ballesta durante la batalla. Davies se alejó del grupo para comprobar que el peligro había pasado, cuando vio una nueva criatura ascendiendo la colina. Cuando se encontró con el Hurlock que había huído, la nueva criatura le cercenó la cabeza con una espada bastarda. A medida que subía su silueta se fue definiendo hasta tomar la forma de una mujer ataviada con una pesada cota de mallas. Ser Blaker la reconoció como Brinden, una caballera que trabajaba para él desde hacía tiempo.
El peligro había pasado, pero la tensión se palpaba en el ambiente. Los héroes se debatían entre aceptar o no el plan de rapto de los niños. Conversaciones secretas, miradas inquietas, falsas sonrisas y diferentes tipos de vista. Al final cualquier excusa era buena para hablar lejos de ojos y oídos curiosos, y Wallace y Davies acordaron junto con Alenka que no deseaban seguir adelante con el plan. Xavier se vería en una encrucijada, y esperaban que finalmente los apoyase.
Davies había tanteado la personalidad de Brinden, y había decidido que conseguirían su apoyo, a pesar de trabajar para Blaker. Brinden tenía una personalidad honorable, honrada, jamás pondría vidas inocentes en juego por dinero. Le comentó el plan de Blaker y Brinden no lo creyó, pero le aseguró que si Blaker se descubría, se opondría a él, se lo prometió. Finalmente cada uno esperó a ver como se desarrollaban los acontecimientos, pero quien leyó entre líneas supo quien estaba en cada bando. Acamparon en las mismas ruinas, debían descansar y recuperar fuerzas, y se turnaron turnos de guardia, pero nunca dejaron solo a Blaker.
El amanecer estaba cerca y Wallace hacía guardia. Había gastado mucha esencia mágica aquel día, demasiada, y al final cerró los ojos unos instantes, fueron suficientes. Inquieto, Blaker no había pegado ojo en toda la noche. Debía mucho dinero. Antiguamente había sido un caballero que perdió sus tierras por mala gestión. Había caido en las garras del juego, y la gente con la que había tratado era peligrosa. No tenía opción, aquella era la única salida. Cuando Wallace abrió los ojos una sombra furtiba se acercaba a los niños. Antes de poder hacer nada Blaker sostenía a la niña en alto, y un brillo metálico brilló en el cuello de la pequeña. El campamento entero se levantó y contemplaron horrorizados la escena, en especial Brinden.
Hubieron insultos, amenazas y súplicas, pero la salida al problema no era visible. Finalmente Brinden se interpuso entre Davies, que sostenía su espada en alto, y Blaker, que aún sostenía a la niña. Brinden se puso del lado de Blaker, y convenció al grupo de que los dejaran marchar, por el bien de todos. Davies convenció al resto, que no estaban seguros de aceptar el mal trato, y Blaker y Brinden se alejaron junto a la niña. Cuando estuvieron a una distancia suficiente, Blaker se relajó, sonrió y se dirigió a Brinden.
- "Vaya, esta vez pensaba que no te pondrías de mi parte"
- "Pensaste bien" - y el acero atravesó el estómago de Blaker, dejando caer a la niña ilesa en manos de Brinden.
El camino a casa fue relajado. Cuando llegaron a Stenhold recibieron el pago correspondido, el Arl no creyó que salvar la vida de sus propios hijos mereciera un pago mayor. Wallace intentó convencerlo, sin resultado, de que debía enviar a la niña al círculo o al cántico, más solo consiguió palabras hoscas y desagradables.
Stenhold parecía no tener nada más que ofrecer. Wallace tenía que volver a la Torre del Círculo, y por algún motivo, Davies, que buscaba fortuna y fama, con el ideal de convertirse algún día en caballero, y Xavier, que huía de un enemigo influyente, decidieron acompañarles, sus destinos se habían cruzado y no se separarían por algún tiempo.
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