Sesión 2: La Huida
Aún no había llegado el amanecer a San Cristóbal, y varios cadáveres yacían en la casona donde se encontraban nuestros héroes. Tras algunas dudas, el sacerdote decidió que mañana, con la luz de un nuevo día, se verían las cosas con más claridad.
De este modo, un rato después, cuando ya el sol estaba en lo alto e iluminaba las callejas de la ciudad, los tres aventureros se hallaban en el despacho del religioso. Este, preocupado por su vida, había decidido adelantar su partida, y les ofreció un nuevo trabajo. Deberían escoltarlo hasta Charouse, la capital de Montaigne, a cambio de un exorbitante pago de 800 gremiales para cada uno.
Ante la vista de tanto dinero, los tres aventureros aceptaron sin dudarlo, y comenzaron a planear cómo podrían hacerlo. Tras varias dudas y discusiones, decidieron que alquilarían un carruaje y lo llevarían a las afueras de la ciudad. Ellos saldrían montados a caballo, mientras que otro carruaje, sirviendo como señuelo, despistaría a posibles perseguidores. Luego se encontrarían en el punto de reunión, y seguirían hacia Charouse.
Mientras Pietro salía a charlar con el encargado de los carruajes, untándolo lo suficiente como para que “no escuchara ni viera nada raro”, Rodrigo se dirigía hacia la biblioteca de la enorme Universidad de San Cristóbal. Allí, tras charlar con el bibliotecario, un creyente algo miope, trató de documentarse sobre el símbolo que lucía el sacerdote en su pesado anillo de oro.
Varias horas después, salía de allí, cansado pero satisfecho. Había descubierto que aquel misterioso sacerdote era Armand D’Argenau, Conde Montaignes, y Cardenal de la Iglesia Vaticana, ignorada y vilipendiada por el Emperador León Alexandre.
Alvaro Aldana De La Vega, que había permanecido en la casona, había descubierto lo mismo, puesto que el sacerdote se había entrevistado con varios nobles de la ciudad, algunos conocidos suyos, que le revelaron dicha información. Así que, además de vigilar al noble y tratar de que este fuera para su casa, llamó a su hermano menor, Fernando, para que les echara una mano con su viaje.
Al final el plan sería el siguiente. Pietro saldría un rato antes, llegándose hasta el negocio de carruajes. Allí, mandaría al carruaje señuelo, con el cochero, al que se montarían tres criados caracterizados, simulando ser el cardenal y ellos mismos.
Así que, allá fue. Caminaba por las iluminadas calles, adentrándose cada vez mas en los barrios mercaderes, y casi imperceptiblemente se notaban los cambios. Las casas menos lujosas, las calles más estrechas y embarradas, la ausencia de guardias nocturnos…
Pietro, avezado en estas lides, se percató de que alguien seguía sus pasos. Sin detenerse, avanzó rápidamente hacia una intersección, tratando de despistar a sus perseguidores, más cuando se acercaba allí, entre las sombras, otra figura aún más oscura salió a su paso, desembarazando el brazo de la espada.
- Bien, que sea una pelea con honor - dijo Pietro, un instante antes de descerrajarle un tiro a bocajarro a su rival, que terminó apoyado en la pared, sangrando y gimiendo. Sin detenerse, salió corriendo a toda velocidad, buscando un callejón donde defenderse de los dos enemigos que había entrevisto detrás suya.
Pero no tuvo tiempo, pues notó como uno de sus rivales, sujetaba su ondeante capa. Sin detenerse, se tiró al suelo, haciendo que su perseguidor tropezara con el y cayera al suelo estrepitosamente. Cuando se levantó, se encontró con una cuarta de acero en el pecho que acabó con su vida.
Su otro rival, al ver como despachaba al primero, se acercó con más cautela. Envolvió su brazo en la capa, y se dispuso a vender cara su vida. Tras algunas estocadas de tanteo, Pietro probó una arriesgada estrategia. Cuando su enemigo desvió su arma con su brazo tapado, la dejó caer repentinamente, y cuando su sorprendido enemigo bajó la guardia, lanzó una terrible estocada con su main gauche que no ensartó al contrario de puro milagro.
Por desgracia, este pudo esquivarlo y contraatacar, hiriendo a Pietro en un hombro. Enfurecido, el vodaccio se olvidó de toda estrategia y escuela de esgrima, y saltó encima de su enemigo, apuñalándolo en el pecho con saña.
Una vez solo, continuó con su plan…
En la casona, la puertas se habían abierto para que los señuelos subieran al carruaje, pero cuando los sirvientes pusieron los pies fuera de la casa, un estampido resonó en el silencio de la noche. Un certero disparo de mosquete reventó la cabeza del criado como si se tratara de un melón.
Rodrigo y Alvaro retrocedieron, empujando al cardenal al interior de la casa, cuando vieron a un grupo de hombres que asaltaba la casa armas en mano. Subieron las escaleras en el momento en el que los asaltantes entraban, pero sus disparos de mosquete no hirieron a nadie.
En la puerta, un hombre esbelto y atractivo, vestido con ropas lujosas y empuñando espada y daga, había entrado en la casa y ordenó algo en montaignés a sus matones, sin perder la calma en ningún instante. Dos bribones fueron a por los castellanos y el cardenal, mientras otros dos fueron a por Rodrigo.
Los castellanos despacharon a sus rivales sin ningún problema, pero el pícaro, tras acabar con uno a base de un pistoletazo, y de ensartar a otro como una trucha, se encontró cara a cara con el extraño y confiado espadachín, que avanzaba con una seguridad insultante.
Cuando Alvaro fue a ayudar a su camarada, sintió la mano del Cardenal en su hombro.
-¡Contra ese hombre no tenéis nada que hacer! - exclamó con el rostro lívido de pánico. - ¡Sólo encontraríais la muerte!¡Debemos huir! - dijo de nuevo. Consejo que los castellanos aceptaron, a pesar de las reticencias del joven Fernando.
Rodrigo, temiendo por su vida, subió de un salto a la barandilla, dio otro salto más amplio, acabando sobre la lámpara del salón que se bamboleó peligrosamente, y de un tajo, cortó la cuerda que la sujetaba a la pared.
Cuando cayó al suelo, sintió una bala que no le dio por un pelo, así que dejando al misterioso espadachín con un palmo de narices, y lanzándole pullas burlescas, salió junto con sus compañeros de la casona, huyendo de San Cristóbal a uña de caballo.
Grande la sesión. Una vez más dejas ver las sensaciones de la partida bien resumido y de agradable lectura.
ResponderEliminarDeseando ver que nos depara Montaigne y su famosa capital, Charouse.